11 de abril de 2013

Cuando el día conoció a la noche.

Cuando el día conoció a la noche, todo era dorado en el cielo.
Ella resplandecía, junto a sus ojos profundos llenos de vida y de estrellas.
Él estaba siempre reluciente, sin nada que nublara su mente.

En su vida, el Día observaba como las personas pasaban y venían, como todo era felicidad a su alrededor, siempre al lado de la desgracia. Aunque todo fuese esplendoroso, siempre había nubes y tormentas que oscurecían esa felicidad. Él anhelaba con todo su ser poder encontrar un día la felicidad completa, fuera de la manera que fuera.
Ella, siempre relucía ante la oscuridad, como un rayo de salvación ante un frente lúgubre. La Noche, tenía sus altibajos, quizás podía estar llena o menguante, pero, ella ansiaba la grandeza y la plenitud para relucir. Veía cosas horribles que sucedían en la oscuridad, pero siempre las estrellas de sus ojos la ayudaban a ver lo bueno y encontrar la felicidad.

Cuando el Sol encontró a la Luna, ella destacaba entre las demás por su palidez, su resplandor y su vigor. Estaba entre una multitud, bebiendo té en un jardín, debajo de árboles frondosos y entera vestida de blanco, junto a su cabellera azabache, deslumbraba con su belleza. Cuando la Luna encontró al Sol, él parecía colgando de un hilo, como si a este mundo no perteneciera y del mismo cielo viniera, pero sus ojos la salvaron de caer en la plena oscuridad.
Cuando el Sol se enamoró de la Luna, se sentó junto a ella, y le dijo: "¿Y si tal vez, charlásemos un rato? A cambio de su tiempo, le ofrezco esta sonrisa". Ella, osada, respondió: "Ello estaría bien si me prometiese que para siempre su sonrisa fuese mía". Y así fue. Cuando la Luna se enamoro del Sol, el le entregó todo cuanto pudiera y más, siempre anteponiendo su felicidad a la de ella, a la de la persona a la que amaba.
Cuando el Sol y la Luna se enamoraron, todo fue dorado desde entonces, una vida entre atardeceres juntos les esperaría.

Decían que eran absolutamente contrarios, pero ellos se complementaban.