10 de febrero de 2014

El accidente.

En aquel cruce de miradas me atropellaron. El amor era el causante de tal accidente. Sangre, manchada de sentimientos esparcidos por el suelo.

Un viandante.
Un conductor.
Y el amor de por medio.

A paso firme por el cruce que era mi vida, siempre a riesgo de ser atropellada por el amor, y al final este último se salió con la suya.
Un pitido, ruidos, gritos y todo negro.

"¿Estás bien?", dijo aquel conductor, mesándose el tupé y mirándome.

Fue en aquel instante, cuando nuestras miradas se cruzaron, cuando sentí el verdadero accidente. Sus manos, rozando las mías. El nudo, en la garganta, y el estómago encogido por el pinzamiento del amor.

"Estoy", respondí, buscando sus ojos hasta dar con ellos. Oscuros, como su pelo, pero llenos de vida, que, por desgracia, se apagaba poco a poco.

Lo supe en cuanto le vi. Por desgracia o por buena suerte iba a ser él quién estuviera detrás de mis sonrisas a partir de ahora. Iba a ser él quién causara mis lágrimas. Y no me equivocaba al decirlo, pues las lágrimas no tardarían en aparecer.
Lo supe, lo supimos, y lo supiste. A partir de ahora la Fortuna jugaría con nosotros al son del amor, variando el "nosotros" como juntos o separados.

Mi sangre, esparcida, a culpa de los sentimientos, y tú estabas dispuesto a recogerlos, lo supe en tu mirada.

Una mirada, que decía todo, sin necesidad de palabras. Aunque fueron las palabras y aquel "lo siento" con matices de adiós los que terminaron destruyéndonos.

Una destrucción inminente.
Otro accidente.
Sentimientos catapultados en ríos por mis mejillas.

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