En aquel cruce de miradas me atropellaron. El amor era el causante de tal accidente. Sangre, manchada de sentimientos esparcidos por el suelo.
Un viandante.
Un conductor.
Y el amor de por medio.
A paso firme por el cruce que era mi vida, siempre a riesgo de ser atropellada por el amor, y al final este último se salió con la suya.
Un pitido, ruidos, gritos y todo negro.
"¿Estás bien?", dijo aquel conductor, mesándose el tupé y mirándome.
Fue en aquel instante, cuando nuestras miradas se cruzaron, cuando sentí el verdadero accidente. Sus manos, rozando las mías. El nudo, en la garganta, y el estómago encogido por el pinzamiento del amor.
"Estoy", respondí, buscando sus ojos hasta dar con ellos. Oscuros, como su pelo, pero llenos de vida, que, por desgracia, se apagaba poco a poco.
Lo supe en cuanto le vi. Por desgracia o por buena suerte iba a ser él quién estuviera detrás de mis sonrisas a partir de ahora. Iba a ser él quién causara mis lágrimas. Y no me equivocaba al decirlo, pues las lágrimas no tardarían en aparecer.
Lo supe, lo supimos, y lo supiste. A partir de ahora la Fortuna jugaría con nosotros al son del amor, variando el "nosotros" como juntos o separados.
Mi sangre, esparcida, a culpa de los sentimientos, y tú estabas dispuesto a recogerlos, lo supe en tu mirada.
Una mirada, que decía todo, sin necesidad de palabras. Aunque fueron las palabras y aquel "lo siento" con matices de adiós los que terminaron destruyéndonos.
Una destrucción inminente.
Otro accidente.
Sentimientos catapultados en ríos por mis mejillas.
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