Imagínanos, como grandes amantes
que aprenden a conquistar los Urales,
en tan solo una noche,
que gritaba como una presa hache.
Casi podíamos ser como inmortales,
mientras el atardecer caía en las calles,
y despertábamos a aquellas ciudades
con nuestros gritos infernales.
Y prometíamos no volverlo a hacer,
pero, ¡panda de ilusos!
Era el amanecer volver
y caer en nosotros.
Imagínanos,
a nosotros
prendidos
como dos enfermos
que se curan con besos.
Intoxicándonos,
deshaciéndonos,
apagándonos
como hogueras
entre nuestros cuerpos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario